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sábado, 3 de diciembre de 2011

Una excursión marisquera


Corría un día. No recuerdo qué día ni de qué mes, ni de qué año. Pero era precioso. Ni frío ni calor. 14 grados a las 8 de la mañana, sin que el caprichoso viento motrileño se hubiese levantado aún a dar porculillo, con lo cual la sensación de bienestar climatológico era total.
Total, que tomamos el autobús, como el que toma una café, pero con ruedas. Justo al pie del Cerro, para variar. Fue una de las pocas veces que no escuché a nuestro Antonio, dándonos una clase magistral sobre el lugar adonde íbamos y de todos los paisajes que se nos presentaban ante nuestra vista. Y es que, en esta ocasión, no ostentaba la categoría de Jefe de la Expedición.
A pesar del aburrimiento llegamos a nuestro destino, El Puerto de Santa María. Nos acondicionamos en el hotel, comimos y nos dieron rienda suelta. Trotando como animalillos que se escapan de la jaula nos fuimos algunos (otros se quedaron viendo la telenovela) a patear las andaluzas tierras porteñas; Nos acercamos al puerto, ya de noche, allí vimos a un guardamuelles; Antonio se acercó, lo saludamos, y estuvimos charlando con él (El que charlaba era Antonio) casi una hora. Me di cuenta que lo mismo le daba hablar con un guardamuelles que con un Almirante; a veces nos decía que las personas más llanas son de las que más se aprende. Después continuamos nuestro paseo viendo edificaciones y monumentos (arquitectónicos, claro) hasta bien entrada la noche.
Por la ventana penetra el matutino sol. Son unos rayos tímidos, com0 si le diera vergüenza despertarnos. Yo soy, por vicio, bastante madrugador; me levanté y me aseé, haciendo bastante ruido para despertar a mi costilla y darnos un matutino, y fresquito, paseo antes de desayunar.
Al salir del comedor, con el estómago agradecido, nos fuimos a la calle y al bajar los escalones, no más de tres. María, la esposa de Emilio Zúñiga, parece ser que se mareó y rodó por las escaleras dañándose la cadera. Inmediatamente la cogimos entre dos o tres y Antonio llamó a una ambulancia para trasladarla al Hospital. La fractura, aun siendo importante, no era de suma gravedad, pero los desvelos de nuestro Antonio fueron inenarrables; así era él por los demás. Como ya queda dicho él no era el Jefe de la Expedición, ni siquiera María era en ese tiempo alumna suya. En un aparte, mientras degustábamos unos mariscos porteños de exquisito sabor, le pregunté: "Si no son alumnos tuyos, ni ella ni su marido, ni tu tienes la responsabilidad de cuidar de nosotros, por qué estás todos los días pidiendo informes, llevándole la comida a su marido, llamando a Motril para ir poniendo en conocimiento de los familiares el estado de la accidentada, casi al momento"; me contestó escuetamente: "Si hubiera sido tu mujer te hubiese gustado que lo hiciera así". Me dejó desarmado y es que era así, primero te ayudaba y después preguntaba quién eras.
Por desgracia hombres así entran pocos en el duro.

3 comentarios:

Maruja dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Maruja dijo...

Aunque siempre estará en nuestro recuerdo es muy grato poder leer esas vivencia suyas. Un besosss.

Angela Magaña dijo...

Siempre tengo la terrible impresión de que son los mejores los que mueren.
Emilio: Muy emotivo y bonito que todos recordemos a Antonio y que tú, lo muestres aquí.
Un abrazo.
Conservo con cariño vuestro recuerdo y el de Motril
Ángela