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domingo, 11 de diciembre de 2011

Islas Canarias

Yo tenía mucha ilusión por visitar las islas. Así que cuando Antonio pidió opinión sobre si íbamos a las Canarias o a otro sitio, me faltó tiempo para insistirle en la primera opción.
Llegado el día de marras tomamos el autobús que nos llevó a Málaga para embarcarnos en el avión (no se yo porqué se llama embarcarse, si no es un barco). A través de la ventanilla se nos presentaba el mar, primero el Mediterráneo y luego el Atlántico, con su azul ultramar difuminado por las tenues nubecillas que algunas veces se desparramaban por debajo de nuestra nave.
Llegamos al aeropuerto y allí nos recogió un autobús del Hotel, con una simpática azafata que nos citó para las 4 de la tarde, a fin de informarnos de las posibles excursiones que podríamos hacer. Cuando Antonio le dijo que todo estaba contratado desde Motril hasta el más mínimo detalle, la tal azafata puso una cara que ni la peor de las suegras es capaz de ponerla.
Efectivamente por la tarde nos cogió el autobús que ya no nos dejaría hasta el final de nuestra estancia. Un muchacho joven y guapo (según decían las mujeres) que hasta nos presentó a sus padres que eran de La Gomera; simpáticos ellos también.
Al día siguiente fuimos a ver el Parque Nacional del Teide, precioso con una gran cantidad de flora y fauna. Por cierto que a alguien se le ocurrió cortar una florecilla y aparecieron un destacamento de la Guardia Civil, Un Regimiento de Policías, amén de algunos guardas forestales. Antonio se puso de todos los colores, me dijo: "por favor que nadie diga que viene con nosotros"
Al día siguiente tomamos el telesférico y subimos hasta una plataforma y luego, andando, coronamos la cima del Teide (el pico más alto de España). Fue relativamente fácil, ya que estaba el sendero muy bien acondicionado. Lo terrible fue al bajar. Los que decidimos hacerlo andando por una empinada senda, llega de piedra volcánica, con el consiguiente peligro de resbalones, nos estamos acordando aún de las uñas que perdimos.
Dormimos como lirones y embarcamos el autobús en el ferry y nos trasladamos a La Gomera, para explorar el precioso Parque Nacional de Garajonay. La laurisilva canaria y las cantidades de especies autóctonas hicieron que, a pesar de los dolores de pies del día anterior, disfrutáramos como catetos con zapatos nuevos. El guía del Parque nos explicaba todas y cada una de las especies que saltaban a nuestro paso. Una sinfonía de armoniosos colores, cascada de impresiones que se presentaban a nuestra vista, a derecha e izquierda del camino.
Todavía cuesta trabajo aceptar cómo era capaz Antonio de organizar una excursión de estas características, sin dejar ningún cabo suelto. Los dos guías de los Parques Nacionales, el autobús, el hotel, las salidas, hasta los helados que nos tomábamos por la noche, parece que estaban previstos de antemano. Parece como un juego de magia el especial estilo que tenía para organizarlo todo. Y que siempre saliera bien. Recuerdo una vez que se presentaba una semana tormentosa y teníamos prevista una salida para el sábado, por la Alpujarra; ese día hizo un sol espléndido y él con su zocarronería de güevero, dijo que es que había hablado con Mariano Medina y le pidió que descansara el sábado.

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