Notó su cuerpo empapado en sudor. Iba dando trompicones por aquella ciudad fría y oscura, en la que apenas se vislumbraban unos puntitos de luz mortecina.
La angustia no le permitía pensar. Notaba los músculos de su mano derecha doloridos, como si hubiera hecho un gran esfuerzo físico.
Cayó en una sima profunda mientras que la angustia le subía desde la punta de los pies hasta la garganta. Tanta desesperación le hizo despertar. Se miró la mano y observó, aterrada, que asía un gran puñal ensangrentado.
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