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martes, 16 de diciembre de 2008

Se precipitó a plomo desde la baca de la Alsina, por encima de la barandilla metálica que rodeaba todo el vehículo.Cayó de bruces contra el suelo con un golpe seco, sin un !ay!, sin el más mínimo lamento. Fue un golpe violento que rompió la vieja soga que la reforzaba.

Dentro de aquella maleta había la más extensa diversidad de ropa que imaginarse pueda. Unos calzoncillos de lino largos, de los que se anudaban a los tobillos. Unos pantalones de pana grises. Una camisa del mismo color que recordaba a los queseros de la mancha. Primero al olfato y luego la vista nos llego la presencia de una tartera, en cuyo interior se percibía la existencia de una sabrosa tortillas de patatas, disimulando el suave y penetrante olor de unos chorizos caseros, cuya envoltura en un papel de periódico no podía disimular las evocaciones de otros tiempos muy felices. Había un par de pañuelos de hierbas a cuadros y dos pares de calcetines, limpios y que a pesar de ello no podían disimular sus bien hechos zurcidos en los talones y a la altura de los dedos gordos de los pies. Y, entre tanta cosa coherente, aparecía una caja rectangular que, los más expertos sabíamos que era de preservativos. Estaban allí como fuera de lugar, pero quizá en algún momento podrían serle útiles. ¿Quién sabe?.

De pronto una manaza llena de callos como de haber usado la hoz en más de una ocasión, nos apartó con firmeza. Vimos el rostro moreno de una joven curtido en miles de soles. Se abalanzo sobre la maleta como queriendo, sin conseguirlo, ocultar su contenido a los mirones.

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