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domingo, 29 de junio de 2008

Cuarenta y cuatro años después.

Hoy, como todo bicho viviente, estoy esperando , con nerviosismo, que llegue la hora del partido. Hace 44 años, un día de junio, por la tarde estábamos en una situación igual.

En el Pardo también se velaban armas. Esperando que fuera la hora de trasladarse al Santiago Bernabeu. Nuestra glorioso "Escuadra Nacional" preparaba psicológica y físicamente el partido que les enfrentaría con la pérfida URSS (sus hombres con cuernecillos y rabo y una expresión de diablos en su rostro, como correspondía a la horda comunista (en su significado de satanistas). Luego comprobaríamos incrédulos que no tenían cuernos ni rabo, salvo que éste lo llevaran oculto. Se dedicaron a jugar al fútbol con toda deportividad y como verdaderos caballeros.

Lo que yo quería contaros es lo que ocurrió en mi casa con motivo de tal evento. Tenía el aparato de televisión recién comprado, eso sí, en blanco y negro. Acababan de porner en nuestra zona un repetidor de señales y la verdad que desde a mi casa, sita en la parte alta del pueblo, la imagen llegaba con toda nitidez. De tal evento se enteraron todos los vecinos, incluso los de la calle de al lado, y acá se dieron cita para ver el partido unos 30 vecinos aproximadamente. Tuvimos que sacar el aparato, que estaba en una habitación, hasta la puerta de la misma que lo separaba de un recibidor. Nos pusimos todos haciendo un semicírculo para poder ver con cierta comodidad. Todas las sillas de la casa se agotaron y hubo que traer las de los vecinos. Todos fumadores, nadie se callaba, el ambiente era como el del estadio, una algarabía en donde nadie oía al otro. Después de 44 años, los que queban vivos aún recuerdan el detalle. De pronto, Carmen, mi queridísima suegra, que Dios tenga en su gloria, vino con una espuerta de goma medio llena de agua a modo de cenicero gigante. La idea por supuesto fue acogida con un gran aplauso por parte de los fumadores.

Cual no sería el nerviosismo que antes de terminar la primera parte ya estaba la espuerta llena de colillas. Hubo que retirarla y traerla de nuevo, como si nada hubiera pasado. Cuando el tal "Marcelino" pegó aquel famoso cabezazo, el grito llegó hasta el mismísimo centro de Moscoú.

Hoy, con la tele de colores, los que quedan están cada uno en sus casas, con un buen vasito de vino y unas tapitas de jamón. Pero estoy seguro que si unimos todos nuestro grito, éste llegará hasta el corazón de Berlín.

Amén.



1 comentario:

Angela Magaña dijo...

EMILIO: TANTOS AÑOS TENEMOS A LAS ESPALDAS, QUE NUESTROS RECUERDOS SON INAGOTABLES. MUY BIEN CONTADO Y ¡QUÉ AMBIENTAZO!
SOMOS HOY MÁS INDIVIDUALISTAS Y EGOCÉNTRICOS. ESCLAVOS DEL CONFOR.
UN ABRAZO MUY FUERTE. BUEN VERANO
ANGELA